No se me ocurre nadie en sus cabales que no apoye este día. Sin embargo, a pesar de la cantidad de recursos asistenciales, no parece que el índice de actos violentos contra las mujeres baje y, para colmo, en los contactos directos con adolescentes, da escalofríos comprobar cómo eligen voluntariamente relaciones jerarquizadas en las que las chicas se colocan abajo y los chicos arriba.
Me pregunto qué está sucediendo. Qué estamos haciendo mal o qué no estamos haciendo, qué falta.
Con estas mariposas inquietas revoloteando en mi cabeza, paro el pensamiento una y otra vez en el aguantar de las mujeres, en el porqué nos colocamos a veces por debajo conscientemente, infantilizando la relación, en el porqué incluso, a veces, buscamos ser objeto, porqué nos gustan los malos (puede parecer que no tiene relación, pero para mí en ese buscar a ese tipo que sabemos que no nos va a respetar, ese chulo, en ese prestarnos a tener relaciones sexuales con personas que no desean que disfrutemos juntos sino disfrutar con nuestro cuerpo, en ese renunciar a nuestro placer y darlo en ofrenda al otro… veo el mismo acto de renuncia).
Creo que la solución que estamos usando es equivocada o, más bien, incompleta. Empoderar a las mujeres es fundamental, debemos conocer nuestros derechos y reivindicarlos, gritarlos con rabia y colocarnos arriba a patadas si es preciso pero este trabajo está incompleto.
Volveremos a caer una y otra vez con la misma piedra si no queremos entender lo que buscamos con ese colocarnos abajo.
Creo que, y aquí viene algo de teoría, todo esto se relaciona con el aprendizaje sobre las formas de vincularnos con los demás y con el aprendizaje de nuestra valía. El apego.
El apego es eso que aprendemos desde que nacemos y que nos hace comprender cuánto valemos, cuánto somos para los otros y cuál es nuestro lugar en el mundo. A nosotras nos han enseñado que valemos más cuanto más lindas, que valemos más cuanto más sirvamos a los otros y, además, nos han enseñado que tampoco es mucho eso que valemos. Y esto nos lo enseñan en una sociedad analfabeta con sus emociones, que no expresamos, que no pedimos (ay, qué ganas de aprender a pedir) y en un torpe movimiento volvemos a colocarnos como un objeto en momentos concretos de debilidad, por muy bien que hayamos aprendido nuestro discurso. Y en un momento de debilidad, de vagar y deambular perdidas, buscamos refugio en lo familiar, que resulta el ser un objeto que a otros sirve, esa protección que da el volver a lo sentido tantas veces aunque sea para sentir que no valgo nada.
Sólo se me ocurre el trabajo terapéutico para resolver esto. Analizar, elaborar, actuar para aprender de qué otras maneras llenar mi vacío sobre lo que yo valgo en el mundo, de qué otra manera conseguir refugio y protección.
Y sólo se me ocurre que enseñando a los niños y niñas de hoy cuánto valen por lo que son y lo que hacen podremos comenzar a reducir los índices horribles de violencia.
Esta entrada y otras anteriores fueron originalmente publicadas en mi anterior blog.
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Gracias.