Puede parecer frívolo, pero algo tan poco importante hoy como el pantalón tiene un interesante recorrido en la historia y en especial en la historia del feminismo. Ha servido como instrumento decisivo para luchar contra la discriminación y a favor de la igualdad.
Expresiones del tipo “llevar los pantalones” nos dan pistas muy claras sobre el significado de llevar esta prenda. Pero, veamos primero la etimología. La palabra “pantalón” proviene de un santo mártir cristiano y de origen turco, Pantaleón “El que se compadece de todos”, que creaba mucho fervor en determinadas zonas de Venecia. Todos sus devotos solían usar una prenda muy característica, unos calzones largos y estrechos muy parecidos a los usados en Turquía, que acabaron llamándose pantalones.
En los orígenes el pantalón era la prenda propia para los estamentos más bajos: campesinos, bárbaros, marinos, artesanos, niños o bufones. Ni que decir tiene, que las mujeres lo tenían prohibidísimo. En el Deuteronomio 22:4 se dice claramente “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace.”.
Las moda de la Roma Imperial, Togas y túnicas, poco a poco, fue sustituida por tejidos de punto y malla, característicos de esta nueva etapa, conocida como Edad Media, que se inicia en el año 476.
Los bárbaros, por su parte también aportaron a este nuevo vestuario la costumbre del uso de bragas que cubrían las piernas, prendas semejantes a los pantalones, o las calzas, éstas adheridas a la pierna, bordadas y adornadas, ajustadas ambas en las pantorrillas, por medio de correas entrecruzadas.
En el siglo XVII en Francia e Inglaterra se puso de moda la prenda tras las numerosas funciones que La Comedia del Arte representaron en Europa y donde uno de los personajes protagonistas vestía esta prenda, Don Pantaleone.
En 1780 el delfín de la corona de Francia posa con pantalones y se pone de moda entre los niños y comienzan a vestirse los cullottes, unos bombachos que llegaban hasta la rodilla dejando ver las pantorrillas que eran, a su vez estilizadas con tacones para erotizar la imagen masculina. Pero estas prendas sólo las usaban las clases altas, los más desfavorecidos no llevaban cullottes y por eso se les llamaba sans cullottes. Ellos vestían una especie de mallas, al igual que marinos y pescadores que también vestían pantalones por la comodidad en los movimientos. Pero, son justo los sans cullottes los que derrocan a los poderosos en la Revolución Francesa y es entonces cuando las clases altas progresistas comienzan a vestir pantalón. También algunas mujeres se introducen en esta prenda para comenzar a jugar a la confusión de los géneros.
Hasta este momento, las mujeres a lo largo de toda la historia, habían vestido con faldas, túnicas, trajes… que marcaban claramente a qué grupo pertenecían y que, al mismo tiempo, limitaban sus movimientos. Cuando en el siglo XVIII algunas mujeres comienzan a usar ropas masculinas no sólo buscaban provocar, sino que esto les permitía de repente acceder a espacios, conversaciones, personas… que hasta ese momento les estaban prohibidos. Pero esta actitud liberaba los cuerpos pero no cambió los convencionalismos y se siguió considerando que iban disfrazadas.
Con el retorno del lujo en la época de 1795 a 1799 se prohíbe a las mujeres llevar pantalón y, en general, prendas del otro sexo. El código napoleónico reforzó el poder masculino y sólo las mujeres barbudas podían vestir con guisa masculina. En 1806, una mujer obtuvo permiso para trasvestirse para montar a caballo.
Los utopistas del siglo XIX recuperan el pantalón y en 1820 todos los hombres visten ya en pantalón. En 1843, la inglesaCatherine Bamby publica en su obra “The Demand for the Emancipation of Women” la idea de que una forma de tiranizar a las mujeres es a través de la ropa. En 1851, Amelia Bloom usa habitualmente una falda pantalón que ha pasado la historia como bloomers y que llenó de contenido político, ya que fue usada como un arma para desafiar la dominación masculina. Estos bloomers han sido los que permitieron a las mujeres conocer la libertad de movimiento y el uso habitual de la bicicleta.
Este elemento nuevo, vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. El historiador Christopher Thompson, que se interesó en las ciclistas, considerándolas “el tercer sexo”, diagnosticaba una doble revolución en la vestimenta y en el terreno sexual, que se operaba en la burguesía urbana.
“Es verdad que el desarrollo de ese deporte ha hecho dar al sexo femenino un paso importante en el camino de su emancipación, de la afirmación de su personalidad. Pero también es verdad que el pantalón o la falda muy corta, recientemente inauguradas por las cyclewomen, les da una fisonomía hasta ahora desconocida”, escribió en 1896. “Esta revolución en la ropa podría tener, moralmente, una consecuencia muy grave […]. Por primera vez, sin que la ley pueda garantizar al hombre el monopolio, la mujer le disputa el atributo masculino por excelencia: el pantalón.”
La bicicleta, ha permitido crear una situación excepcional en la que las mujeres no sólo han podido hacer uso de artículos reservados en exclusividad a los hombres, sino que también les ha hecho probar la velocidad, ir más cómodas, más rápidas, ser agentes de sus movimientos, “dirigirse a sitios” con mayor libertad. Puede tal vez parecer una afirmación exagerada pero la bicicleta ha empoderado a las mujeres a las niveles insospechados en el momento. De hecho, si se hubiera sospechado se le habría prohibido casi con seguridad.
Ya en el siglo XX, las mujeres, a pesar de que habían aparecido cambios revolucionarios, visten vestidos que exageran sus caderas con el uso del Polison:
O del miriñaque, en estas fotos el largo y costoso proceso de vestirlo:
Pero, poco a poco van apareciendo excepciones:
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Sarah Bernhardt fue la primera mujer que tuvo la osadía de aparecer públicamente en pantalón siendo consciente de su función mediática.
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Colette, se presentaba públicamente en pantalón y manifestaba sus ansias de ser libre y de vestir como quisiera, en pantalón o desnuda para no desvirtuar su estética.
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George Sand (Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa de Duderant) desde los 4 años pasaba de un aspecto masculino a femenino y al revés sin ningún problema y sin solicitar autorización buscando como principal objetivo la igualdad. La ropa masculina le permitió acceder a espacios prohibidos, relacionarse con otro tipo de personas, conocimientos…
En España, nos encontramos imágenes como la de este artículo publicado en ABC a principios de siglo, en 1911
Y nos encontramos también con la valiente actriz y bailarina Julia Velasco que posa orgullosa con la falda pantalón de moda entre las modernas:
Las dos Guerras Mundiales terminaron con el uso del pantalón por parte de las mujeres de forma generalida por razones puramente prácticas: las mujeres trabajaban en las fábricas, formaban parte del ejército… Además al aparecer en todos los medios publicada fue a creando una imagen en las cabezas de todos que propició la aceptación. Hasta la princesa Isabel IIapareció en pantalón arreglando una rueda en una foto que todos los periódicos publicaron.
Ya en plena Guerra Fría, el pantalón se inscribió claramente en el campo de la libertad, mientras que en la Unión Soviética la voluntad igualitaria y la hostilidad a una moda burguesa sirvieron de pretexto al rechazo de esa excentricidad. Vestimenta tabú para las autoridades soviéticas, el pantalón estuvo, sin embargo, presente en los desfiles de moda de todos los países del Este. Y si bien terminó por popularizarse en las ciudades alrededor de 1970, las viejas generaciones soviéticas nunca llegaron a aceptarlo.
Después de la rebelión estudiantil del 68, las jovencitas siguieron teniendo prohibido ir con pantalón al colegio secundario. Sólo estaba autorizado en los días de mucho frío.
En 1976, Alice Saunier-Seïté en 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó entregar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su vestimenta. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia.
“Está prohibido prohibir”, decían los muros de París en Mayo de 1968. Sin embargo, si bien la ordenanza napoleónica de 1800 había caído en el olvido, la prohibición del uso del pantalón femenino no fue por fin derogada hasta fecha reciente:
“La controvertida ordenanza, que impedía a las parisinas vestir pantalones, nunca ha sido explícitamente anulada. Ahora, una respuesta oficial del Ministerio de los Derechos de las Mujeres enviada al Senado el pasado 31 de enero establece que la norma, en tanto que vulnera el principio de igualdad de derechos entre hombres y mujeres consagrado en la Constitución, debe considerarse «implícitamente abrogada» y carece de todo efecto jurídico”
Ni la Convención Europea de Derechos Humanos ni la Carta de Derechos Fundamentales del Ciudadano evocan la libertad para vestirse.
Christine Bard, autora del interesante libro “Historia política del pantalón” reconoce que no es fácil hallar estadísticas precisas para cifrar esa vertiginosa evolución. Sin embargo, entre 1971 y 1972, repertoriado en la categoría “prendas de deporte”, las mujeres mayores de 14 años habían comprado en Francia unos 12.363 pantalones por año. Diez años después, ese rubro había aumentado a 2,7 millones. En 1984, las mujeres francesas utilizaron 17 millones de pantalones. Por primera vez en su historia, y sin distinción de sexos, el pantalón llegó ese año a ser la prenda más vendida.
Audrey Hepburn, Brigitte Bardot, Grace Kelly y Coco Channel
Esta entrada y otras anteriores fueron originalmente publicadas en mi anterior blog.
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